Quizás en ningún otro lugar del país se pueda percibir con tanta fuerza la tradición viva del pasado prehispánico como en Oaxaca. Un factor contribuyente es, sin duda, que todavía se hablan unas quince lenguas indígenas en el estado, algunas de ellas quizás antiguas. Además, la majestuosa presencia de Monte Albán, Lambityeco, Yagul, Zaachila y Mitla parecen perpetuar para siempre los ecos de las civilizaciones zapoteca y mixteca.
Oaxaca también es admirable por su arquitectura colonial, expresión monumental sin la cual no se entendería el barroco mexicano: la catedral de Oaxaca, el convento de Santo Domingo, el convento de Cuilapan son ejemplos de las construcciones coloniales más antiguas de México. La belleza urbana de su capital, por ejemplo, es tan impresionante que en 1987 la UNESCO no dudó en convertirla en Patrimonio de la Humanidad (junto con la zona arquitectónica de Monte Albán).
Oaxaca, cuyo Istmo de Tehuantepec separa América del Norte de América Central, y cuyas tierras formaron parte del marquesado de Hernán Cortés, lo tiene todo: arqueología, arte colonial y tradiciones ancestrales.